17 de octubre de 1945


La sublevación de los sumergidos

17 de octubre del 2012

El 17 de octubre empezó antes. Esa eclosión popular. Esa marea humana parecía sumergida. Pero: agua quieta, corre profunda y de esos fondos argentinos salió gutural, espontánea, natural, inédita, sin precedentes, la voz del pueblo rectificando la historia.

“Era el subsuelo de la patria sublevada. Era el cimiento básico de la nación que asomaba… sostenidos por una misma verdad…”, palpó el escritor y periodista Raúl Scalabrini Ortiz.

Pero antes, unos meses antes, hubo hechos vinculados a cuestiones diplomáticas que merecen ser subrayados: el 27 de marzo de 1945 el gobierno argentino le declaró la guerra a Alemania y Japón y el 4 de abril firmó el Acta de Chapultepec. Esta decisión del general Edelmiro J. Farrell derivó en la reapertura de las embajadas latinoamericanas, inglesa y norteamericana en Buenos Aires.

De esta última representación diplomática surgiría el más claro opositor a la administración que se había instalado con la Revolución del 4 junio de 1943. Spruille Braden llegó a la capital argentina el 19 de mayo de 1945. Su función oficial: Embajador de los Estados Unidos en el país. Su tarea real: voltear mediante un golpe del estado al presidente Farrell y al coronel Juan Perón, que ejercía entonces los cargos de vicepresidente de la Nación, ministro de Guerra y secretario de Trabajo. Como pocas veces en la historia nacional un agente extranjero aglutinó a los partidos políticos en una sola voz, en un solo espectro y con un único fin.

A mediados de junio, con la caída de Japón, se terminaba la Segunda Guerra Mundial y el atípico representante estadounidense continuaba uniendo a los multicolores sectores de la oposición. Y tuvo éxito.

Se estaba por parir un hecho bisagra en la historia.

El quiebre.

Un hecho gutural, un grito de clase.

El 8 de octubre -mientras Perón cumplía 50 años- el gobierno cayó. Miguel Gazzera, dirigente sindical histórico del peronismo desde su primera etapa, me contó: “La fricción entre los dos proyectos terminó en un enfrentamiento cuya conclusión fue el apresamiento de Perón”, y éste debió dejar todos sus cargos y fue confinado a la Isla Martín García. Parecía imposible que sólo nueve días después, estaría en el centro de la escena política nacional, de la mano de uno de los hechos más fantásticos de nuestra historia. Ese día se quebró la historia argentina. Ese, fue un día bisagra.

Cundo me habla de aquellos años, ella también se quiebra. La emoción cala profundo. Alicia Fondevilla, tenía apenas 14 años y fue una de los miles y miles de anónimos protagonistas de aquel día, de aquellos héroes sin estatua ni plaqueta de bronce.

“Yo trabajaba en un imprenta que quedaba en Hipólito Yrigoyen y 24 de Noviembre, por Once y ese día hicimos una asamblea y allí decidimos ir hacia Plaza de Mayo y en el camino fuimos parando en otras fábricas para sumar a los compañeros. Y uno de los recuerdos más hermosos que tengo es el poder haber estado en esa Plaza”.

“Aunque parezca extraño, era como algo que nos llevaba, que nos impulsaba, fue una sensación muy fuerte, sentíamos que era una obligación. Era ir a pedir por nuestro líder, aquel que nos hablaba con un lenguaje llano que permeaba hacia abajo, aquel que nos había renovado 300 convenios colectivos de trabajo”, evoca Alicia.

Ese 17 de octubre, la sublevación de los sumergidos vio la luz. Mientras los medios de prensa -con honrosas excepciones como el diario “La Época”- sólo reflejaban las posiciones de las clases dominantes, un silencioso arroyo popular comenzaba a nacer y no iba a poder ser detenido.

Ese 17 de octubre dejó a todos los sectores al desnudo. La CGT que declaró una huelga general para el 18 quedó pagando de antigüedad.

Sobre esa distancia Gazzera afirma: “Acá existen dos posiciones distintas, una de ellas asumida por los trabajadores y la otra por los dirigentes sindicales de la CGT. En tanto los trabajadores fueron incorporando a su intuición la información del protagonismo de Perón en la escala social, lo contrario ocurría en la CGT, que desconfiaban de Perón al punto que discutían en la noche del 16 que decisión adoptar frente a su apresamiento”.

Los patrones rebozaban seguridad. Actuaban como si el destino estuviera lacrado a su favor. “¡Vayan a reclamarle a Perón!”, le espetaban a los obreros cuando éstos pasaban por ventanilla a cobrar la primera quincena de octubre. Es que por decreto, el “coronel de los humildes” había establecido que se pagara el salario el feriado del 12 de octubre. No quisieron ver cómo se alborotaba el avispero. La Argentina era un avispero y empezaba a surgir la fuerza colectiva generadora de un hecho gutural: la voz del pueblo se iba a oír como nunca.

Olfato de pueblo.

El radar de la intuición.

En los días previos al 17 ya era innegable el creciente murmullo por Perón. El 16 en zonas del Gran Buenos Aires y la Capital Federal se arrojaban volantes reclamando la libertad del coronel. Uno de ellos, firmado por la Unión Obrera Metalúrgica, azuzaba: “La contrarrevolución mantiene preso al liberador de los obreros argentinos, mientras dispone la libertad de los agitadores vendidos al oro extranjero. Libertad para Perón. Paralizad los Talleres y los Campos”. La huelga general declarada por la FOTIA el 15 ya se hacía sentir en Tucumán. En tanto que las fábricas del sur bonaerense desde Avellaneda a La Plata comenzaron a paralizar la actividad.

Nada se parece al 17. La Buenos Aires que abría el paraguas cuando llovía en Europa se vio invadida, estupefacta, por los rostros que provenían de las entrañas de la Argentina. De todas las latitudes se pedía por Perón. Villa Crespo, San Martín y Vicente López; La Boca, Barracas y Once; Gerli, Lanús y Lomas de Zamora. En Zarate, Rosario y Salta. Todos sintonizados. Obreros urbanos y peones rurales: azucareros, ferroviarios, textiles, empleados, peones, torneros, mecánicos, tejedores, panaderos.

Para Miguel Gazzera “el 17 la marejada de hombres y mujeres al grito de Perón… Perón se dirigió a la Plaza de Mayo. Los guiaba el radar de su intuición: ahora ellos eran el destino de la historia, de los hombres y mujeres que gestaron el amanecer de la patria libre”.

El recuerdo del escritor Leopoldo Marechal da cuenta de ese arroyo conmovedor: “Era muy de mañana… El coronel Perón había sido traído ya desde Martín García. Mi domicilio era este mismo de la calle Rivadavia. De pronto me llegó del oeste un rumor como de multitudes que avanzaban gritando y cantando por la calle Rivadavia: el rumor fue creciendo y agitándose, hasta que reconocí la primera música de una canción popular y en seguida su letra: `Yo te daré / te daré, patria hermosa / te daré una cosa, / una cosa que empieza con P / ¡Peróoooon!’ Y aquel `Perón’ periódicamente como un cañonazo… Me vestí apresuradamente, bajé a la calle y me uní a la multitud que avanzaba rumbo a la Plaza de Mayo. Vi, reconocí y amé a los miles de rostros que la integraban: no había rencor en ellos, sino la alegría de salir a la visibilidad en reclamo de su líder. Era la Argentina `invisible’ que algunos habían anunciado literariamente, sin conocer ni amar sus millones de caras concretas y que no bien las conocieron les dieron la espalda. Desde aquellas horas me hice peronista…”.

También Arturo Jauretche recuerda aquellas jornadas cuando Pedro Arnaldo un obrero de la construcción de Lanús le avisó el 16: “Doctor, mañana nos venimos todos al centro”. “¿Quiénes?”, respondió intrigado Jauretche. “Nosotros, todos los obreros, los bolicheros, la gente del barrio, los maestros de escuela, todo el barrio se viene al centro”.

“Queremos a Perón, queremos a Perón”. Unos minutos después la figura aclamada se asomaba al balcón de la Casa Rosada. Dicen las crónicas de la época que la ovación del pueblo en la plaza cuando percibió la figura de su líder se extendió por más de quince minutos. El pueblo, ese día, había rectificado la historia.

El escritor, periodista e intelectual del campo popular Raúl Scalabrini Ortiz vivió también de manera intensa el 17. “El sol caía a plomo sobre la Plaza de Mayo -escribió-, cuando inesperadamente enormes columnas de obreros comenzaron a llegar… llegaban cantando y vociferando unidos en una sola fe… Era el subsuelo de la patria sublevada. Era el cimiento básico de la nación que asomaba… sostenidos por una misma verdad… Presentía que la historia estaba pasando junto a nosotros… lo había soñado e intuido, durante muchos años estuvo allí presente, corpóreo, tenso, multifacético, pero único en el espíritu conjunto”.

El 17 de octubre de 1945, aquellos que moraban en subsuelo de la patria salieron a la luz pariendo la historia.

Sublevación genuina, sublevación de pueblo.

 

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